De la perspectiva de que el agua es un recurso ilimitado que no tiene ni valor ni precio se ha pasado a la constatación de que el líquido elemento es un bien escaso que precisa de un modelo de gestión sostenible. Por tanto, conocer la demanda para cada uso es la premisa de partida en el nuevo modelo de gestión del agua.

Otro nuevo reto aparece asociado al binomio agua-energía. Si antes el agua era un productor de energía mecánica, ahora aparece una innovación como es la extracción del hidrógeno del agua para su uso como almacenamiento de energía.

Un aspecto clave en la gestión del agua es su uso para el riego. La introducción de nuevas tecnologías para maximizar la eficiencia hídrica es el nuevo reto que implica cambiar la forma de riego. De este modo, el riego en manta desaparece para implantarse nuevas métodos como el riego localizado, por aspersión y la microaspersión. El Plan de Choque y el Plan de Estrategia de Desarrollo Rural aparecen como garantes de un uso sostenible en materia de riego.

El Programa AGUA fue otro de los puntos tratados en esta mesa redonda. Las nuevas fuentes de recursos deben ser viables económicamente y, además, deben producir el mínimo impacto ambiental posible. Ahí es donde las tecnologías juegan un papel protagonista y para ello se dividen en tres tipos: las que mejoran la eficiencia, las que permiten extraer recursos no convencionales (como, por ejemplo, la desalación) y las pseudo-tecnológicas (como la manipulación atmosférica).

La implantación y desarrollo de nuevas tecnologías para el uso más eficiente del agua han acelerado su proceso merced al grave desequilibrio entre los recursos hídrico en nuestro país. Sin embargo, la concepción de que las tecnologías tienen que dar solución a todos los problemas que tengan que ver con una gestión sostenible del agua ha generado a su vez no pocos conflictos. Para solventarlos se plantea la necesidad de que no sean únicamente los científicos los que marquen las directrices y las líneas de desarrollo.