El avance del fuel obliga a cerrar tres playas en Ibiza mientras crecen las anulaciones hoteleras
13/07/2007 - ABC.es

La escasez de medios materiales y humanos, la falta de reflejos de quienes en las primeras horas de accidente relativizaron la importancia del mismo y el viento del Levante se aliaron ayer con el fuel -que no dejaba de salir de las entrañas del mercante «Don Pedro» hundido a una milla de Ibiza-, e hicieron que el chapapote ganara terreno a la arena en un tramo creciente del litoral.


Las tres playas urbanas de la isla, Talamanca, Figueretas y Playa de Bossa -abarrotadas de ordinario- lucían ayer un aspecto distinto al habitual después de que la presencia de fuel en la orilla obligara a las autoridades a adoptar medidas preventivas. «Prohibido el baño», rezaba el letrero que avisaba de las restricciones en Talamanca, la primera playa en la que se adivinó el vómito negro del mercante de la compañía Isomar, sumergido a 45 metros de profundidad tras naufragar, el miércoles de madrugada, después de colisionar con el islote Dau Gros. El vertido, que el gobierno balear dio por controlado esa misma tarde, aprovechaba la noche para extenderse y ensuciar un litoral de una enorme riqueza medioambiental por las praderas de posidonias.


El viento cuarteó la mancha de cuatro kilómetros de largo y dos de ancho y favoreció el acceso del vertido a esta bahía de aguas estancas. A primera hora, varios operarios de limpieza intentaron retirar el chapapote, que contorneaba la orilla. Se sirvieron de máquinas para retirar el combustible, removieron la arena; el fuel se filtró. Apenas dos horas después, la arena volvía a estar sucia: la pleamar sacaba a la superficie lo que las máquinas habían sepultado. «Han dejado el aceite y lo han mezclado con la tierra. Es un desastre. Todo ese gasóil se volverá alquitrán y no habrá forma de quitarlo ¡Con lo fácil que habría sido retirarlo con una palita! La alcaldesa está ahí, hablando para las teles, eso es la política, chapapote. He visto a las autoridades, a los policías, pero ni una persona con una simple pala. ¿Ve usted a alguien que limpie? Con cuatro o cinco personas bastaría. Esto es como lo de Galicia. ¿A qué esperan para actuar? El accidente está ya; la solución, no», brama Bartolomé Bonet interrumpiendo el discurso de la alcaldesa, Lourdes Costa, en el que abundaban las llamadas a la tranquilidad porque «dentro de lo grave de la situación, no es comparable con el «Prestige»».


Son las once de la mañana. Nadie limpia la playa de Talamanca, en la que sólo unos pocos aguantan el fuerte olor a combustible que emana del mar y que auyenta a la mayoría. Las terrazas de la decena de establecimientos que circundan la playa están prácticamente vacías. En los hoteles se registró un goteo constante de anulaciones de reservas.


Dos técnicos de la Consejería de Salud recogen muestras para analizar la toxicidad del agua. La película superficial de aceite se torna, con el sol, en una masa espesa.


«Con el rastrillo no, con el rastrillo no», apercibe un técnico de la Dirección General de Costas a la cuadrilla de operarios de la empresa Tragsa que, por la tarde sí, se afanan en la retirada, que no entierro, de las galletas de chapapote.


El vertido ha penetrado en el club naútico y amenaza con hacerlo en el puerto; las barreras de contención desplegadas in extremis se lo impiden. El tráfico marítimo no se vio afectado. En Formentera, están en alerta. Por la mañana, Talamanca fue el epicentro de la tragedia ecológica que, alcanzado el mediodía tendría su réplica unas millas más al sur. El chapapote se había adentrado en Figueretas y en Playa de Bossa. El presidente balear mantuvo un discurso ambiguo e impreciso con apelaciones a la «tranquilidad» ante una situación «preocupante».